Caso Wanda Vázquez:

Puntillazo a la decepción ciudadana

Por los próximos meses los medios tradicionales y alternativos tendremos abundante trabajo de cobertura y redacción, tras el arresto y acusación de la exgobernadora Wanda Vázquez Garced por siete cargos de soborno y corrupción gubernamental.
Hablamos de todo un circo legal y mediático previsible, que fuera del ámbito jurídico, se traduce en entretenimiento para las masas, trabajo para los departamentos de redacción y un veredicto de culpabilidad o no culpabilidad una mañana o una tarde cualquiera. Un veredicto que todos sabemos que desde el saque y por gravedad, se inclinará más la balanza a la no culpabilidad, no por los méritos o el peso de la prueba, sino por lo difícil de obtener una convicción de un exmandatario mediante unanimidad de un jurado en Puerto Rico. Un jurado, que a no ser que lo insaculen en Júpiter, estará embadurnado de elementos cognitivos y sensoriales, de corte político tras las orejas. Hablamos de una figura conocida por toda la ciudadanía.
A Wanda Vázquez le asiste el derecho de demostrar su inocencia y es algo que hay que validar desde las gradas.
Los puertorriqueños, y hasta los fiscales de acento anglosajón, sabemos que no es lo mismo lograr la convicción de un funcionario de alta jerarquía, que encausar y meter preso(a) a un(a) exgobernador(a).
Con toda probabilidad, se debatirá en la mente de alguno de los jurados, no tan solo los hechos y la evidencia, sino también la simpatía política y el “ay bendito”.
Conforme a la composición del electorado en Puerto Rico, sabemos que de doce jurados, no menos de cinco serán novoprogresistas sentados allí en los banquillos. Y aunque los enemigos azules de Doña Wanda, intenten desvincularla del PNP, la mujer lleva tatuada la Palma en la frente, por circunstancia, hecho y trayectoria.
Conocemos de antemano los recalcitrantes argumentos que la defensa, con toda probabilidad, ha de esbozar: Cacería de brujas, vendetta, ignorancia, mujer y madre. Esto y todo lo demás.
Pero más allá del proceso judicial, el circo mediático y el resultado, el efecto sociológico en una población intoxicada de decepción, es la factura pendiente de un saneamiento insuficiente y prácticamente inalcanzable.
El pueblo, de donde por cierto salen estos políticos, y que en efecto sirve de incubadora de los mismos, se percibe como una víctima atrapada en un callejón sin salida. Y hablamos del mismo pueblo de donde emerge la espiral criminal que arropa la Isla. El mismo pueblo que estaría dispuesto a escoger a Bad Bunny como gobernador, dentro de su frustración, en ausencia de liderato y de confianza en todo aquel que lleve el sello de político.
Y es que el pueblo, ni santo ni ignorante, ya juzgó y determinó: que político es igual a caca.
Y como el bofe ahoga, muchos de los políticos viejos, nuevos y por venir, no se han dado cuenta que se encuentran al borde de la implosión del sistema que conocen, de la plataforma donde recalcitran de manera cómoda.
La suerte para los políticos, asistida por la ciencia de la propaganda, la mercadotecnia y el engaño, es que las masas duermen en la complacencia y se satisfacen con migajas.
Y en Puerto Rico, como en tantos otros lugares, llora el que no mama, porque el que mama de la teta, no llora.