En un juego de palabras, tanto como de preceptos dogmáticos, el papa Francisco endosó la ceremonia de bendición a las parejas LGBTT, pero no así la del matrimonio, al menos no en estos momentos históricos en que la Iglesia se encuentra hasta la próxima semana inmersa en una reunión cardenalicia en el Vaticano, donde se discute su futuro.
Ante lo que para algunos ha representado ser un discurso ambivalente por parte del pontífice, cinco cardenales le habían cursado una carta para que clarificara sus posturas en torno a la homosexualidad y temas como el matrimonio entre parejas del mismo sexo.
Aunque el pontífice aclaró que el matrimonio es una “unión exclusiva, estable e indisoluble entre un hombre y una mujer” y que se debe evitar “todo tipo de rito o sacramental que pueda contradecir esta convicción”, abrió la puerta ceremonial de la bendición en el marco de “una súplica a Dios en busca de ayuda, una súplica para vivir mejor”.
Francisco señaló que: “No podemos ser jueces que sólo niegan, rechazan y excluyen”, y aunque clarificó que la ceremonia de la bendición debe evaluarse y concederse “caso por caso” y no como “una norma”, la Iglesia debe abordar el asunto dentro del marco de la “bondad, paciencia, comprensión, ternura y aliento”.
Las declaraciones del pontífice son vistas desde los ojos críticos como una antesala a cambios graduales en la Iglesia, que tarde o temprano desembocarán en la integración del matrimonio gay dentro de sus dogmas, además de señalar una fina línea de base legal, que aborda el discrimen en la evaluación de “caso por caso”.
Por otro lado los detractores afirman que el matrimonio eclesiástico, en efecto es una unión basada en la bendición, por lo que una “ceremonia de bendición” podría convertirse en un tipo de ceremonia matrimonial alternativa para las parejas del mismo sexo.